Las repercusiones económicas de la cuarentena se sienten por todo el país. Entre la desesperación, las muestras de solidaridad resaltan con fuerza.
Por: Valentina Castaño Marín
“Desde que empezó la cuarentena, ninguno, ninguno ha pagado. El problema es que, como son personas que trabajan al día a día, ¿cómo van a pagar si no pueden salir a trabajar?”. Cuenta Martín Henao, un hombre honesto, tanto así que por esta época a quien le pregunta ¿cómo está?, él prefiere evadirle con un “¿qué le dijera?”. Cuando llego a su hogar en el barrio Prado, una gran casa de reja negra y pisos que llaman la atención por su exagerada limpieza, él y su esposa Vicky me reciben en su cuarto; allí, una cama bien tendida ocupa más de la mitad de este y una ventana amplia lo ilumina y refresca al tiempo. Todo es muy cómodo, pero ellos evidentemente no lo están. Ambos se sientan, ella en la cama y él en la silla, espaldas rectas, preocupados.
Martín se gana la vida administrando una pensión en el interior de esta clásica vivienda del centro que ha estado en su familia por un par de generaciones, sin embargo no es suya, debe pagar por su arriendo para luego poder rentarla por cuartos a otras personas. En total hay 15 habitaciones, aunque hoy solo 13 están ocupadas. Y si bien en los últimos dos meses ninguno de sus arrendatarios ha pagado su cuota, Henao no tiene el corazón para sacarlos de la vivienda.
La pandemia afectó especialmente a los vendedores informales, quienes tienen pocos ingresos y poca protección social.
“Algunos se fueron quedándome debiendo, pero no puedo hacer nada,” confiesa. Dice que de su trabajo lo más difícil es manejar la gente, lidiar con sus diferentes humores y formas de pensar todos los días. Nunca puede dilatar su misión puesto que sus inquilinos, todos migrantes venezolanos, se ganan la vida un día a la vez, trabajando en la informalidad como casi el 50% de los habitantes del valle de aburrá, según cifras del Dane.
En los últimos 4 años, la migración ha incrementado la concentración de población altamente vulnerable en el centro de Medellín. Miles de personas que no tienen acceso a un empleo formal pagan, con lo que consiguen en el día, una pieza en los más de 800 inquilinatos que existen solo en la comuna 10. La cuarentena ha expuesto a todos ellos al riesgo del hambre y la indigencia.
Esta es una de las razones por las que, en lo que va del encierro, Martín no ha logrado conseguir que la angustia le de tregua. “Llevamos 72 días en cuarentena,” afirma con triste precisión mientras revisa sus cuentas en un cuaderno grapado.
La situación del sector no difiere mucho de la del resto del país. Una vez empezado el aislamiento, el hambre y las necesidades no se hicieron esperar. La crisis se ha tratado de mitigar en todos lados con ayudas; en el inquilinato de Henao, gracias a la articulación con la Gerencia del Centro con el tema de entregas, las personas se han visto beneficiadas con mercados, pero son muchas bocas hambrientas por alimentar, es difícil que no se queden cortos.
Para febrero de 2020, el 41% de los trabajadores en Medellín eran informales.
“Aquí al mes llega más de un millón de pesos de servicios,” me dice con un recibo probatorio en mano, “debo también el arriendo de la casa. En ese balcón del lado viven unos jóvenes venezolanos que no sé ni cuantos días esperaron para poder comer, por eso cuando me entra un mercado prefiero repartirlo. Sinceramente no sé qué más hacer, tengo la esperanza en que ya la gente está saliendo más, justo hoy iba a ver si me salía un trabajo para empezar a saldar algunas deudas.”
Henao supo desde un comienzo que la situación sería difícil de atravesar para todos, mostrando ser precavido se encargó de tocar puertas y pedir solidaridad para él y quienes le alquilan. Escribiendo y llamando a distintos colectivos y entidades, se topó con personas que a su parecer deberían ser ángeles: “Se llaman Putamente Poderosas, son un grupo de mujeres, de ángeles les digo yo; de verdad que sin la ayuda de ellas, y de mi esposa que es la que me calma, yo le juro que ya me habría muerto. Estaría en esa cama, muerto.”
Putamente Poderosas, un colectivo de 8 mujeres que en lo que va de la emergencia sanitaria ha recaudado más de 170 millones de pesos para ayudar a habitantes vulnerables del centro de Medellín, apadrinó el inquilinato de Henao y lo salvó de un inminente colapsó; él accedió a bajar sus precios y ellas pagaron la habitación de todos por varias semanas.
Muestras de solidaridad se han evidenciado por toda la ciudad en lo que va de la emergencia sanitaria.
No parece haber salida fácil o muchas certezas en este capítulo que atravesamos, sin embargo, con cada historia es cada vez más evidente que el apoyo mutuo, la unión social y el liderazgo comunitario, serán las herramientas que harán la diferencia entre poder combatir y sobrevivir a la recesión económica, o el fracasar en el intento. Hoy más que nunca el “yo” se queda corto y el “nosotros” es casi que un deber para subsistir.