Elizabet Osorio Zapata comienza su día cuando Medellín todavía duerme. A las cuatro de la mañana ya está en pie, lista para enfrentarse al tráfico, gestionar donaciones, entregar almuerzos y, sobre todo, brindar cariño. En el barrio San Diego de la comuna 10, dirige la Fundación Vira, un hogar que ofrece mucho más que un techo a personas mayores en estado de vulnerabilidad: les da dignidad, propósito y, lo más importante, una nueva familia.
«Ser mamá es tener responsabilidad y compromiso no solo con los hijos biológicos, sino también con quienes necesitan acompañamiento y cariño en el momento clave de la vida», dice Elizabet, mientras acomoda algunos enseres de la Fundación que debe dejar listos antes del siguiente día. Su vida se ha convertido en un puente entre generaciones, sosteniendo a quienes, en los últimos tramos de su camino, más necesitan de una mano amiga.
Aunque su formación profesional está lejos del trabajo social —es Profesional en Comercio Exterior—, Elizabet siente que su verdadero llamado nació del ejemplo de sus padres. Hace más de cuatro décadas, su familia acogió a Elvira, una mujer mayor despojada de su hogar por su propio hijo. «Ella es un ángel para nosotros. Y algo particular: nació en 1932, calza 32 y mide 1.32 metros. Hoy, a sus 92 años, aún vive con mis padres».
La historia de Elvira
La historia de Elvira, conocida cariñosamente como Elvirita, marcó la vida de Elizabet. “Cuando llegó a nuestra casa, venía rota, desamparada. Pero poco a poco fue recobrando su alegría. Ver esa transformación en ella nos enseñó que una mano tendida puede salvar una vida entera”, cuenta. Fue en honor a ella que surgió la Fundación Vira, un espacio dedicado a ofrecer a las personas mayores un lugar seguro y lleno de afecto, con el lema: «por una vejez con propósito».
Hoy, Elizabet cuida a cerca de 20 personas mayores en la Fundación. Cada uno de ellos llegó buscando algo más que asistencia material: buscaban ser vistos, escuchados, queridos. «A todos los considero mis hijos. Así no sean de sangre, para mí son parte de mi vida, son mi familia.» afirma.
En su propio hogar, Elizabet también es madre. Su hija Sofía, de 17 años, ha crecido viendo cómo el amor de su madre se expande más allá de los límites biológicos. “Es como equilibrar dos mundos. Estar atenta porque tanto mi hija como las personas mayores me necesitan, a ella no la descuido.”
Ser mamá, para Elizabet, va mucho más allá de traer vida al mundo. Es amar, proteger, enseñar y acompañar a otro ser humano en las distintas etapas de su existencia. «Me siento orgullosa de poder darles una oportunidad para que tengan un día más feliz, un motivo para sonreír», dice, mientras organiza las labores del día siguiente: la entrega de almuerzos a domicilio, la recolección de donaciones, las visitas médicas, las terapias ocupacionales y la administración del pequeño ropero solidario que ayuda a financiar las necesidades de la Fundación, entre otros. La jornada de Elizabet es intensa, pero también profundamente gratificante.
La Fundación Vira funciona en una casa sencilla del barrio San Diego. No cuenta con grandes recursos ni con respaldo gubernamental fijo. Todo el sostenimiento depende de la solidaridad de la gente: de comerciantes que donan productos, de personas que adquieren prendas en el ropero solidario, de las alcancías instaladas en negocios locales y de la venta de almuerzos a domicilio.
«Todos queremos vivir una vejez digna. Desafortunadamente, no todos tenemos las mismas oportunidades» reflexiona Elizabet. Por eso, cualquier ayuda —un mercado, artículos de aseo, ropa en buen estado, donaciones económicas o incluso voluntariado— se convierte en un salvavidas para los abuelos del centro.
Quienes cruzan la puerta de la Fundación no encuentran solo asistencia social, también un refugio contra la soledad, la tristeza y el abandono. Allí son llamados por su nombre, celebran sus cumpleaños, lloran sus penas y ríen sus historias antiguas.
La transformación que Elizabet y su equipo logran en estas personas va más allá de lo físico. «He visto cómo llegan apagados, tristes, y poco a poco vuelven a sonreír, a tener ganas de vivir. Ese cambio no tiene precio» dice emocionada.
La historia de Elizabet Osorio y la Fundación Vira es un recordatorio de que las verdaderas madres no siempre se reconocen por la sangre, sino por su capacidad de entregarse a los demás. Cada jornada, cada esfuerzo silencioso, reafirma su convicción de que la vejez puede y debe ser una etapa digna, rodeada de afecto.
Por: Tatiana Balvín