La imagen es cada vez más común: niños pequeños que apenas aprenden a hablar ya manipulan un celular, adolescentes que pasan horas frente a las redes sociales y familias enteras reunidas alrededor de una pantalla más que de una conversación. La hiperconectividad tecnológica, que se consolidó en la última década, ha traído beneficios evidentes, pero también una preocupación creciente: el impacto que tiene en la salud emocional, la socialización y el desarrollo cognitivo de niños y jóvenes.
Un estudio reciente presentado en el III Congreso Internacional de la Red Internacional de Educación Emocional y Bienestar (RIEEB), organizado por la Universidad del Rosario y Colsubsidio, advierte que el uso desmedido de pantallas en la infancia y la adolescencia está rompiendo vínculos afectivos y afectando el bienestar emocional de las nuevas generaciones
Los expertos reunidos en este espacio coincidieron en que los seres humanos no son “nativos digitales” como suele decirse, sino “nativos vinculantes”: nacen con predisposición al apego, a la mirada, al tacto y al vínculo humano, y no a la tecnología. Sin embargo, las pantallas empezaron a ocupar un lugar central en la vida de los menores, desplazando el juego, la conversación y la convivencia familiar.
Según cifras de la OMS y UNICEF, los niños de 0 a 8 años pasan en promedio 2 horas y 40 minutos diarios frente a pantallas, pese a que los organismos internacionales recomiendan que los menores de dos años no tengan ningún acceso a dispositivos electrónicos.
El doctor en Educación y experto en psicología educativa Rafa Guerrero es enfático: “Necesitamos vínculo, contacto y protección. Los smartphones son inhibidores de experiencias y los adolescentes están perdiendo el contacto visual y el tacto, sustituyéndolos por interacciones digitales”.
La consecuencia directa de esta hiperconexión es el aumento de la ansiedad, la depresión y las dificultades de autorregulación emocional en la niñez y la juventud. De ahí la importancia que varios expertos dieron a la educación emocional como herramienta para enfrentar los riesgos de la era digital.
Un colegio que pone límites
Mientras desde la academia se alzan voces de alerta, algunos colegios han comenzado a actuar. En Medellín, la red Cosmo Schools, de Comfama, implementa desde septiembre de este año una nueva política institucional que regula el uso de pantallas en las aulas.
La estrategia no busca prohibir la tecnología, sino integrarla de manera consciente y responsable, con lineamientos diferenciados según la edad de los estudiantes. La directora de Cosmo Schools, Melissa Álvarez Licona, explica: “La escuela debe seguir siendo ese espacio privilegiado donde florecen las relaciones humanas, donde se aprende a conversar, a escuchar y a conectar genuinamente con los otros”.
El enfoque parte de evidencia científica y de experiencias internacionales. Países como Francia, Finlandia, Portugal y España ya han restringido o prohibido el uso de celulares en las aulas, con resultados como una mejora en la socialización y una disminución de los casos de violencia escolar.
Así regula Cosmo Schools el uso de pantallas:
Considerando la etapa de aprendizaje en la que se encuentren los niños y adolescentes, el colegio permite el uso de entre una y dos horas semanales de pantallas, para efectos académicos y pedagógicos. Además, para quienes están en la primera infancia, no se promueve el uso de celulares o la exposición a pantallas, entendiendo que la experiencia educativa de la institución prioriza el vínculo humano, el aprendizaje profundo y el cuidado del bienestar emocional.
Primera infancia (4 a 8 años): se priorizan experiencias motoras, afectivas y de exploración del entorno, sin dispositivos personales.
De 8 a 11 años: se permite un uso guiado y reflexivo que fortalezca la concentración y la motivación interna.
De 12 a 17 años: se integran tecnologías educativas como simuladores, IA y plataformas digitales, siempre con acompañamiento docente para prevenir riesgos como el ciberacoso.
La política responde a estudios que muestran cómo la exposición prolongada a dispositivos afecta estructuras cerebrales clave como la corteza prefrontal (autocontrol), el sistema límbico (emociones) y el hipocampo (memoria y aprendizaje).
Una tendencia global
La discusión sobre los límites de la tecnología en la infancia es hoy un tema global. Investigaciones del Instituto de Salud Global de Barcelona, la Academia Americana de Pediatría y la Universidad de Harvard coinciden en señalar que el exceso de pantallas altera el sueño, afecta el lenguaje, disminuye la capacidad de atención y retrasa el desarrollo de habilidades sociales.
En Colombia, la reciente Ley 2491 de 2025 estableció que los colegios deben incorporar competencias socioemocionales en sus Proyectos Educativos Institucionales. La norma apunta a prevenir violencias, promover la salud mental y fortalecer la convivencia, lo que conecta directamente con los llamados que hacen hoy expertos y colegios como Cosmo Schools.
Más que satanizar la tecnología, el reto está en generar una relación equilibrada con ella. La pantalla no puede ser la niñera digital ni el sustituto del vínculo humano. Los padres, las instituciones educativas y las políticas públicas tienen el desafío de acompañar a las nuevas generaciones para que el mundo digital sea un aliado en el aprendizaje y no un factor de riesgo en la salud emocional.
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