Texto y fotografías: Omar Portela
“Ay Juemadre!, verdad que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos viene para acá, y no solo a reunirse con el presidente; se va a hospedar en el mismo hotel que estoy yo!!!”, ese fue mi primer pensamiento en la mañana del pasado domingo 6 de Junio.

El sábado 5 de junio como cualquier otro, fue un día de fotografías para mi, esta vez a varios cientos de kilómetros de mi Medellín, recorriendo la agitada y “ruidosa” capital del país con sus sonidos artísticos en la séptima, sus ruidos caóticos de autos en la 26 y los suaves y armoniosos ecos de un piano de cola en la recepción del hotel. Cerca de la entrada, y en varios costados del Tequendama, es habitual ver militares y policías, algo que quizá nos dice entre líneas la importancia de este y de quienes pueden llegar a hospedarse en él, pero la cantidad y distribución de estos agentes es algo que pronto iba a cambiar. Ese sábado inicié muy temprano en la mañana ya que quería aprovechar al máximo mis recorridos por Bogotá, después de subir a mi habitación tras desayunar en El Virrey, marqué *1 en el teléfono de mi cuarto, no para un room service sino para molestar a Jenny en la recepción, para que me permitiera subir al último piso del hotel y tener una bonita vista del Centro Internacional y hacer fotos allí, buscando siempre las alturas para hacer mis fotos, tal como puede decirlo gran parte de mi trabajo como fotógrafo. Jenny gestiona el acceso al último piso ya que la terraza no estaba disponible, y no podía visitarla como hice dos años atrás que también estuve en el hotel, pero subí hasta el piso 17 donde están algunos de los salones de reuniones, y comienzo a percibir que algo particular comenzaba a sentirse en el ambiente del hotel.
Subo a un salón alfombrado, con ventanas de piso a techo y con una hermosa vista del Centro internacional y la Torre Colpatria, y veo que casualmente no está vacío y se prepara para algo a pesar del momento que atravesamos por la pandemia, donde lugares de reuniones no están siendo usados; hay allí varios caballeros resanando y pintando algunas paredes, que si no es porque los veo haciéndolo, para mi pasarían desapercibidas estas imperfecciones en los muros; para subir a esta parte del edificio me acompañó alguien de seguridad, que una vez se encuentra con estos trabajadores cruzan palabras precisamente de esas labores estéticas que adelantaban en este salón, lo cual me generó curiosidad, pero por prudencia hice caso omiso a dicha conversación y me concentré en mis fotos, vi que en el salón había cierta cantidad de sillas acomodadas que respetaban el concepto de distanciamiento social, atriles y micrófonos, algo que si me llamó la atención y me detuve a observar, pero que la razón por la que estaban allí no la sabría sino hasta el día siguiente.



Estos dos chicos me comentaron un poco del viaje, y cosas poco profundas para finalmente contarles yo acerca de mi trabajo como fotógrafo, donde he retratado fuertes y álgidos momentos de las manifestaciones, y que con mi cámara que a veces a captado imágenes incómodas para muchos o videos que hablan del momento y punto cero donde se dan muchas movilizaciones que terminan en fuertes enfrentamientos; ellos se quedan sorprendidos del material que les comparto y con asombro sale un interrogante que por estos días quienes ven mis fotos me hacen:
-¿No te da miedo estar ahí donde caen piedras, gases y hay disparos de bombas aturdidoras y otros artefactos?
Mi respuesta que es casi tan habitual como estas preguntas fue:
-Obviamente es un riesgo, porque muchas veces caen a mi lado los gases que a veces están vencidos y te dejan ciego por un rato, pero es un trabajo que hago con mucha pasión y que trato igualmente de cuidarme.
El muchacho, alto y rubio con acento un tanto particular me dice que le impresiona todo el momento y sobre todo ver un registro no tan formal como puede ser el difundido en diversos medios y redes.
Finalmente me preguntan que si haría registro de la movilización del día miércoles en la ciudad de Bogotá ya que ellos de forma personal querían asistir, pero penosamente tuve que responderles que ese día viajaría a Medellín y que hubiese sido una oportunidad única compartir con ellos en ese momento. Me despedí, compartimos contactos y creí que ese miércoles volvería a Medellín y quedaría al margen de dicha movilización, pero no fue así. Esa mañana del miércoles 9 de junio, de camino al aeropuerto se siente esa sensación particular de que pasa algo en la ciudad como consecuencia del paro, esa atmosfera propia que hay en las capitales desde el 28 de abril cuando inició el Paro Nacional y ciertamente fue así, en la avenida El Dorado un grupo de indígenas trataba de hacerse sentir interviniendo las estatuas de Cristóbal Colon y la Reina Isabel I, en inmediaciones del aeropuerto, lo cual llevó a un cierre parcial de esta vía y a que hicieran presencia el ESMAD y la Policía Nacional para “controlar” dicha situación, la cual terminó por hacernos correr a cientos de personas para no perder nuestros vuelos. A toda carrera, a la par mujeres, niños, y hombres con trajes ejecutivos, iba un fotógrafo y reportero grafico de Medellín que creyó que al viajar muy en la mañana se perdería de esas manifestaciones de ese miércoles, pero que terminó haciendo parte de ellas corriendo con un grupo de viajeros desesperados por que no los dejaran sus aviones.













