En momentos de alta tensión política, como los que atraviesa actualmente Colombia, es necesario hacer una pausa, levantar la mirada y recordar los principios esenciales que sostienen nuestra democracia. El respeto por la separación de poderes, la defensa de la institucionalidad y la garantía de derechos y libertades no son asuntos secundarios: son los pilares que mantienen en pie nuestro Estado de Derecho.
El presidente Gustavo Petro ha cuestionado de manera reiterada las decisiones de otras ramas del poder público, especialmente de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo Nacional Electoral, instituciones que gozan de independencia y cuyas decisiones son parte del sistema de pesos y contrapesos que garantiza el equilibrio democrático. Cuando un mandatario desconoce esa separación o ataca verbalmente a los organismos que lo controlan, no solo se erosiona la legitimidad institucional, también se siembra desconfianza en la ciudadanía.
Los hechos recientes, como la intención de convocar una «asamblea constituyente popular» por fuera de los mecanismos establecidos en la Constitución, o los señalamientos al Congreso por no avanzar en la agenda legislativa del gobierno, deben ser motivo de reflexión. La Constitución de 1991 trazó un camino claro para tramitar las diferencias: el diálogo institucional, la deliberación pública y el respeto a las reglas del juego. Las transformaciones necesarias para el país deben darse dentro del marco democrático, no por la vía del atajo ni del desacato.
Desde CENTRÓPOLIS, que ha sido testigo de tantos momentos de cambio, reiteramos nuestro respaldo a las instituciones: a las Altas Cortes, al Congreso, a los organismos de control y a las autoridades locales. La confianza en ellos es indispensable para mantener el orden democrático y evitar que la polarización lleve a una crisis de gobernabilidad.
Hoy más que nunca, es fundamental que los líderes políticos den ejemplo de mesura, responsabilidad y respeto por las diferencias. No es menor el riesgo que corre un país cuando sus instituciones se debilitan por discursos incendiarios. Las redes sociales y los discursos públicos deben contribuir al debate, no incendiarlo.
También hacemos un llamado a los ciudadanos. La democracia no es solo tarea del gobierno ni del Congreso: es una construcción diaria en la que participamos todos. Exigir respeto a la ley, votar con criterio, participar en los asuntos públicos y defender el debate sereno son formas de blindar nuestra institucionalidad frente a cualquier intento de regresión.
Colombia ha superado momentos difíciles en el pasado y ha sabido construir consensos. No podemos permitir que el ruido político nos haga perder de vista lo esencial: seguir siendo una nación donde el poder se limite por la ley, donde haya justicia independiente, prensa libre y ciudadanía activa.
En este momento crucial, más que elegir bandos, se trata de elegir principios. La democracia no se defiende sola: necesita que todos la cuidemos.